por Diputada Nacional Griselda Baldata (Córdoba)
No hay ninguna razón objetiva que dé sustento a las afirmaciones de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner respeto de las maniobras desestabilizantes.
Sólo una imaginación apegada de modo incomprensible a una época en la que la ruptura del orden constitucional era una amenaza real -y muchas veces dolorosamente consumada-, no sólo en la Argentina sino en la región, puede explicar las desafortunadas y reiteradas alusiones a las que apelan la primera mandataria y su entorno más próximo en los últimos tiempos.
Y así como confundió a los productores agropecuarios, muchos de ellos chacareros de poca tierra, con la influyente oligarquía ganadera de principios del siglo pasado, hoy la Presidenta vuelve a equivocar el escenario político y busca de manera desesperada la existencia de algún "enemigo del pueblo argentino y de su llamado gobierno nacional y popular", que legitime su victimización.
Los distintos golpes de Estado que han castigado feo a la Argentina han tenido, como todo fenómeno sociológico, diferentes orígenes y motivaciones y muchas veces un equivocado apoyo popular. Un análisis sensato de la realidad demuestra que hoy nada es igual o parecido a décadas pasadas, ni remotamente.
No hay lugar. Hoy, la Argentina no es escenario de las disputas intestinas en las Fuerzas Armadas que desestabilizaron al gobierno desarrollista de Arturo Frondizi, ni del accionar de los grupos económicos ligados a intereses foráneos que destituyeron al gobierno progresista de Arturo Illia, ni las patéticas e infiltradas Fuerzas Armadas de 1976, que necesitaron del golpe para la aplicación de las políticas neoliberales que azotaron la región.
Ni tampoco de la burócrata CGT que, con clara intencionalidad política, paralizaba el país hasta el cansancio durante el gobierno de Raúl Alfonsín, golpeado además por la descarnada campaña de desprestigio en los organismos internacionales de crédito por parte de Domingo Cavallo, gerente durante años de la patria financiera, los que forzaron una entrega anticipada del poder; ni de irresponsables dirigentes políticos organizando saqueos a supermercados, ni mucho menos de un Gobierno débil de carácter, desorientado, sin proyecto y en soledad.
Hoy, los grupos concentrados económicos y financieros están en buenas migas con el kirchnerismo.
El Gobierno nacional tiene una alianza fuerte y sólida con la burocracia sindical, que pone a disposición su estructura y aparato. Hoy, las Fuerzas Armadas han sido desmanteladas y están disciplinadas al poder civil, como corresponde.
Los partidos políticos de la oposición, diversos en lo ideológico pero que pueden demostrar trayectoria y apego a la república y a la democracia, asumieron la responsabilidad de encontrar acuerdos parlamentarios, pero no están embarcados en ninguna diabólica aventura destituyente y golpista. Y si alguno pudiera tener esa intención, la enorme mayoría -oficialismo y oposición- está en condiciones de impedirlo.
Y si de análisis comparativo se trata, los países vecinos han pasado por la misma y triste experiencia de sucesivos procesos de ruptura del orden institucional.
Sus dirigentes se formaron políticamente en la convulsionada década de 1970. En esos lugares, hoy no se habla de golpe ni por equivocación
- Nota de opinión publicada en el diario La Voz del Interior de Córdoba
Fuente: Ni golpe, ni desestabilización - Prensa Coalición Cívica - 10/03/10
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